Póker, salsa y picada, el arraigo a nuestra cultura colombiana… Sí, así suena mi Colombia, a una salsa salvaje, unas frías y la mejor comida que puedan probar. Quiero centrar mi opinión al engrandecimiento de la cultura colombiana, de esa que más que cultura ha sido un salvavidas en la sociedad que vivimos, de cómo la salsa vino para volverse una parte de nosotros, de cómo hay ciertas marcas y escenarios que nos dan nostalgia, pero que más que todo nos conectan con ese colectivo imaginario al que le llamamos Colombia.
Para nadie es un secreto que en Colombia compartimos la alegría por vivir, que cualquier ocasión se puede volver un motivo para festejar, durante años tengo y guardo con nostalgia escenas con las que sé que todos los colombianos se pueden identificar, fiesta en casa, con sillas de plástico rimax, la familia alrededor de un asador, con unas Póker o unas Águila en la mano, con mucho mecato para los niños, gaseosa Colombiana que servía para el refajo y para los que todavía no podían tomar alcohol. De fondo un buen merengue o mucho mejor una salsa, que todos morían por bailar.
La salsa proveniente del boom neoyorkino y cubano que arrasaba la época de los 60s llega a nuestra querida Colombia, por medio de la Costa Caribe recibimos una fuerte influencia de salsa, que en poco tiempo se convertiría en insignia de nuestro país. Fruko y sus Tesos son los pioneros de este sonido en Colombia, y son los encargados de mezclar el sonido bestial de Richie Ray con ritmos de nuestra patria. En menos de lo esperado este se vuelve un ritmo del pueblo, donde no importaba raza, posición social, color o ideología política, lo único importante era la música, un ritmo que no se fijaba en prejuicios, fue así como en los 70s Colombia se volvió salsa. Joe Arroyo, Grupo Niche y la Orquesta Guayacán se tomaron el ritmo por las manos y pusieron a bailar en fiestas como cumpleaños, grados y bodas, haciendo que la clase popular la bailará hasta más no poder, sin importar el escenario se volvió en un sentimiento para el colombiano. Poco después la salsa se tomó la rumba, con discotecas y clubes temáticos la juventud aprovechaba para salir a bailar hasta las madrugadas, por supuesto con licor (como una Póker), de ahí que algunos padres evitando peligros deciden hacer “coca-colas bailables”, donde igual se vivía el sabor salsero pero sin el riesgo de las bebidas alcohólicas. La salsa se volvía un baile ligado al colombiano, un buen colombiano la bailaba bien, y algunos más lanzados hasta se iban a concursos, donde salieron muchos bailarines de renombre.
Nuestra Colombia pasó de las prendas oscuras y reservadas, al color y la fogosidad que evocaba la salsa, haciendo que los salseros llevasen la salsa en cada detalle de sus vidas.
Este género en toda su historia en Colombia nos enseñó la alegría de vivir, Cali se convirtió en la embajadora de la misma transformando y renovando constantemente su sonido, sus pasos y su estilo. La salsa para el colombiano es la muestra de cómo la música y especialmente la cultura ligada a la misma es la que nos recuerda que Colombia es un país que sigue adelante, sirvió como un alivianador para las personas que vivieron en nuestro país, tiempos marcados por la violencia, los atentados, las desapariciones, la formación de grupos al margen de la ley y otros problemas sociales, fue en efecto, no una cortina de humo que tapaba los problemas, más bien, se volvió una oda a la fugacidad, una protesta hacía la misma sociedad y sus problemas, se volvió un sabor que todo el público podía digerir. La cultura ligada a la música y al baile hizo que ahora muchos aún tengamos ese gusto y ese amor por la salsa, que hasta el día de hoy las mamás colombianas les enseñen como paso fundamental a sus hijos el básico salsero, el pasito del títere, vueltas y más, porque la salsa es fundamental para la vida. Gracias a la salsa todos manejamos un imaginario colectivo impresionante, podemos distinguir una canción con tan solo su introducción, nos bailamos hasta los comerciales. Ha servido como mecanismo sociocultural, convirtiéndose en un proceso artístico que dependiendo los lugares que ha llegado se ha adaptado y se ha transformado para permear con su oyente, la salsa nos habla en nuestro idioma, nos canta en experiencias que todos hemos pasado.
Andrés Caicedo en su libro ¡Que viva la Música! dice, y creo que es una de las reflexiones que nos dejó esa Cali salsera de Caicedo:
“Música que me conoces, música que me alientas, que me abanicas o me cobijas, el pacto está sellado. Yo soy tu difusión, la que abre las puertas e instala el paso, la que transmite por los valles la noticia de tu unión y tu anormal alegría, la mensajera de los pies ligeros, la que no descansa, la de misión terrible, recógeme en tus brazos cuando me llegue la hora de las debilidades, escóndeme, encuéntrame refugio hasta que yo me recupere, tráeme ritmos nuevos para mi convalecencia, preséntame a la calle con fuerzas renovadas en una tarde de un collar de colores, y que mis aires confundan y extravíen: yo luzco y difumino tus aires, para que pasen a ser esencia trágica de los que ya me conocen, de los que me ven y ya no me olvidan. Para los muertos.”
Cuando recuerdo la escena anteriormente mencionada, pienso en ese impacto que ha tenido la salsa, el merengue, la champeta y otros ritmos que hacen de nuestra Colombia tan nuestra. Con esto quiero llegar a la conclusión de que el colombiano no debería avergonzarse nunca de ser colombiano, porque somos la prueba de la resistencia y el aguante causado por la alegría. Si algún día, tienes un mal día, recuerda que tal vez puedas dedicarle una oda a la vida con una Póker, una Salsa y una picada.







