En la actualidad, muchos niños pasan más tiempo frente a una pantalla que al aire libre. Celulares, tabletas y televisores han reemplazado los juegos físicos y la lectura. ¿Qué efectos tiene esta exposición constante en su desarrollo?
Durante los últimos tiempos ha habido un auge grande con respecto al uso de las pantallas usando servicios o redes, las más populares siendo TikTok y Netflix. Las redes sociales, aunque nacieron como herramientas para conectarnos, personas de diferentes partes del mundo, han evolucionado en estímulos constantes que alteran la forma en que funciona nuestro cerebro. Este impacto es mucho más notable en niños y adolescentes. Cerebros que aún están en desarrollo y son sensibles a los efectos de la tecnología.
Según la psiquiatra Marian Rojas Estapé, uno de los sistemas afectados en el cerebro es el sistema de recompensa. Cada vez que se ve un “me gusta”, un comentario o una nueva notificación, se libera dopamina, un neurotransmisor relacionado con el placer y la motivación. Este mecanismo, activado y sobre estimulado en exceso, causa efectos similares que se activan con ciertas drogas y el alcohol y causan daños similares a nivel neurológico. Hace que el cerebro asocie el uso de redes sociales con sensaciones placenteras por lo que establece un patrón de búsqueda constante de estímulos digitales, lo que puede derivar en comportamientos adictivos como la necesidad agobiadora de revisar el celular a cada momento, el miedo y ansiedad por la cantidad de reacciones o incomodidad al estar desconectado.
Las redes sociales afectan la concentración. La exposición constante ante videos breves, publicaciones rápidas y notificaciones fragmenta nuestro tiempo de atención. El cerebro se acostumbra a recibir recompensas inmediatas y pierde la tolerancia al aburrimiento o a las tareas prolongadas. Esto se convierte en dificultad para enfocarse, menor rendimiento académico/laboral y menor capacidad para procesar información de forma profunda.
También hay un impacto en la salud emocional. Para muchos niños y adolescentes, el entorno digital se ha convertido en una fuente de comparación constante. En un artículo anterior expliqué algo similar, hablando sobre cómo las redes pueden ser tanto como una herramienta de visibilidad o un elemento de comparación constante contra vidas que no existen fuera de la pantalla. Ver vidas aparentemente perfectas, cuerpos idealizados o logros ajenos puede generar baja autoestima, inseguridad o frustración ante no conseguir lo que quieres o lo que desearías tener. A esto se le llama FOMO (Fear of missing out, miedo a perderse algo) que mantiene a muchos jóvenes conectados a las redes por temor a quedar excluidos de conversaciones, eventos o tendencias. Esta presión aumenta los niveles de ansiedad, dependencia a validación externa e incluso llevar a episodios depresivos por la misma frustración y sentimiento de vacío ante la falsa perfección que vemos. Un reflejo retorcido de lo que deseamos.
El efecto que las redes sociales causan en el sueño también es crítico. En un vídeo del 2018, la NBC News contó que alrededor del 98% de los niños tenían un dispositivo electrónico de algún tipo y pasan más de dos (2) horas mirando una pantalla. El uso nocturno de pantallas combinado con la luz azul que emiten los dispositivos altera los ritmos circadianos del cuerpo. Muchos niños duermen más tarde de lo que deberían, descansan peor y se despiertan con fatiga. A largo plazo, la falta de sueño afecta no solo la memoria y el aprendizaje de los niños sino que también afecta el estado de ánimo y el equilibrio emocional.
Pero a pesar de todo esto, las redes sociales no son innatamente malas, es su uso desmedido y sin supervisión lo que puede provocar cambios profundos en la estructura y funcionamiento del cerebro en aquellos que están en su niñez, cuando este órgano aún está en formación. Necesitamos mantener un control ante estas adicciones e impulsos con respecto a las redes. Es imperativo educar a niños, jóvenes y adultos sobre el uso responsable de estas plataformas ya que esto afecta a todos de manera igual. Promover hábitos digitales saludables, tiempos de desconexión y actividades que fortalezcan la mente y el cuerpo más allá de la pantalla son cosas que pueden mejorar la vida de los pequeños y de nosotros. Si tenemos el control, estaremos bien.






