Es curioso, siempre pensamos que hay tiempo para todo. Pasa que, aunque se sepa que existen límites para escribir, para entregar, para pensar, incluso respirar, aún estamos los que, al menos una vez, hemos dado por sentado que podremos cumplir con algo, como ese libro que no has leído, la confesión que no has soltado… o lo que sea que hayas prometido cambiar de ti en año nuevo; cuando lo que ocurre en realidad es que el final del camino se mantiene todavía en un punto ciego.
Cruzarte de pronto con ese límite, otrora imperceptible, sin haber cumplido cada tarea que te habías propuesto realizar, es como si te metieran agua helada entre las mangas de la camisa o por la abertura del cuello. Tareas que, en retrospectiva, no parecían tan difíciles. Un ensayo de dos páginas que no te habría tomado más de una tarde; una salida al parque con tus amigos o tus hijos, o tan solo decirles a tus padres que los amas.
No soy capaz de describir la culpa. Pero sí puedo decir que, cuando se manifiesta, no da tregua en lo absoluto. Es una cachetada de realidad que duele lo suyo, pero que olvidas más rápido o más lento dependiendo de la gravedad de lo que se haya perdido en el proceso. El tiempo se vuelve tangible, duro, áspero; ya no te sientes capaz de doblarlo o estirarlo a tu antojo como en el lunes pasado. Es entonces cuando repruebas por retraso, quedas mal con tus amigos o tus hijos, o te ves en medio de un funeral, deseando volver al pasado.
Pero, ¿podría ser que esa flexibilidad no sea más que una ilusión? ¿Debería echarle la culpa a la percepción tan subjetiva del concepto o a una suma de factores que parten del propio desdén humano a acordarse de que el tiempo se acaba también?
Hay veces en que, me parece, la misma sociedad busca hacernos olvidar que la vida tiene fecha de vencimiento. Veamos, por ejemplo, el producto de belleza de turno que oculta todo indicio de vejez (hablamos de pura estética; si el tema fuera concerniente a la salud ya es otra cosa), o el afán de los algoritmos por abarrotar con noticias, miniaturas y títulos que se pelean entre sí por sobresalir y captar tu atención para que hagas clic y te quedes en la página un poco más.
Esto podría deberse, sí, al afán de los anunciantes por duplicar sus ganancias. Pero, admitámoslo o no, las verdades incómodas y casuales del día a día se han ido perdiendo gradualmente entre escándalos de famosos, enredos políticos, tragedias y guerras a la vuelta de la esquina; o las tendencias en farándula, literatura, política, cultura de internet… Vaya, ¡hay demasiadas cosas a las que ponerles atención!
¿Era esto más simple antes? Tal vez. Cuando uno no se enteraba de mucho de lo que sucedía allí afuera, tanto si era porque eras muy niño o niña para que te importara demasiado, o porque viviste en la época en que solo tenían un periódico o la televisión para informarse, y se usaba Encarta en vez de Wikipedia. Eso no significa, sin embargo, que mucha gente de entonces no se desentendió de su mortalidad sin darse cuenta. Lo que creo que sí ha cambiado es la percepción general ante la sola mención de la palabra.
Sé que algunos podrán objetar diciendo que alguien marcado por un ser querido que haya tomado una decisión como esta quiera suavizar el recuerdo que implica usar la palabra de forma íntegra. Y es comprensible que se busque proteger la sensibilidad de aquellos que atraviesan este duelo. Pero cabe preguntarse, aun así, si el problema recae en la palabra por sí sola o lo que implica pronunciarla.
Eufemismos como automoción, desviación, etc., se han vuelto expresiones de uso común en el mundo de internet. A partir de ello, han surgido algunas variantes, traducciones más rebuscadas —no por ello menos creativas— del famoso “on live”, empleado en el idioma inglés con el mismo propósito: no incomodar a nadie o evitar una sanción por parte de la plataforma de turno. Sin embargo, un uso incorrecto y normalizado, a la larga, podría llevarnos a trivializar la situación, o a tratarla sin la seriedad que se merece. Si no se nos enseña a decir las cosas con claridad, llegará un día en el que “morir” será considerada una palabra malsonante.
Dejando de lado el tema anterior, me gustaría ahondar un poco más en la muerte. Simplemente, la veo por lo que es: ausencia de vida, el segundo estado de un organismo. La conoces de toda la vida, pero la ignoras cuando brilla por su ausencia en tu entorno social y familiar. Recuerdo un poema de Mario Benedetti que me encontré por azares del destino navegando por la red: Cuando éramos niños. Lo que cito a continuación son la primera y última estrofa, respectivamente, del mencionado poema:
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.
Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.
Y entonces, ¿Qué sacamos de todo esto? Tal vez, como decía Heidegger, solo somos plenamente conscientes del tiempo cuando entendemos que somos finitos, que estamos siempre siendo hacia la muerte. Por incómodo que suene, solo al recordar ese destino inevitable es que podemos empezar a vivir con más autenticidad.
Así que, ¿Qué podemos sacar de nuestra pequeña charla? Me gusta comparar esto con cierto tipo de frases que posiblemente hayas oído de un familiar: no celebres a tu padre o a tu madre solo cuando el día lo indique; cualquier día del año es perfecto para agradecerles. De alguna forma, tú estás leyendo esto porque te despertaste esta mañana. No se te cayó el techo encima ni te tropezaste bajando las escaleras, de por sí es un milagro que exista. Tienes una computadora o un celular y conexión a internet, y tal vez eso sea motivo suficiente para agradecer, a quien sea o a lo que sea, de que estés aquí todavía, o de que estés en determinada parte del mundo ahora mismo.
Y ahora, si volvemos a hablar del camino, ese que todos estamos recorriendo ahora, más lejos o más cerca del abismo que nos espera hacia el final, sin saberlo con certeza… considera acordarte de vez en cuando que no va a extenderse para siempre. Memento mori, recuerda que morirás. Tómalo como una variación más pesimista del Carpe diem, o un dato curioso de la civilización romana que contarle a esa persona carente de humildad. No temas usar las palabras necesarias cuando se les requiera, por fuertes que sean. A menos que la situación lo amerite, y en su justa medida, es mejor no endulzar la realidad. Luego no te empieces a quejar cuando lleguen las caries.







Excelente reflexión, muy apropiada en estos momentos donde solo buscamos evadirnos de nuestra realidad a través de la tecnología.
Me encanta saber que leí esto, justo después de verme la película de 28 años después, donde hablan del memento mori. Me gustó mucho tu noticia.