Hay novelas que entretienen y otras que enseñan. Los que se van y los que se quedan publicada en octubre de 2022 de Parinoush Saniee hace ambas cosas, pero va mucho más allá: nos confronta con las consecuencias íntimas y colectivas de la historia. Nos recuerda que las revoluciones no acaban cuando cae un régimen, sino cuando se sanan las fracturas que deja en las familias, en los cuerpos y también en la lengua.
En esta novela, una familia iraní desgarrada por la Revolución Islámica de 1979 se reencuentra brevemente en una casa junto al mar en Turquía. Lo que parece una simple reunión familiar se convierte en un campo minado de reproches, silencios largos como décadas, y diferencias que ya no son sólo ideológicas o generacionales, sino existenciales.
La madre —una figura sabia y silenciosa que recuerda a esas mujeres que han sostenido el mundo a punta de amor y paciencia— observa a sus hijos debatirse entre la nostalgia y la culpa, entre la rabia y el orgullo. Los que se exiliaron buscan legitimidad desde su éxito económico y sus libertades recién adquiridas. Los que se quedaron, atrapados en un país ahogado por el autoritarismo religioso y la precariedad, se sienten olvidados, incluso traicionados.
Pero lo que más duele no es el desacuerdo: es la imposibilidad de entender al otro. Nietos que no hablan la lengua de sus abuelos. Hermanos que no comparten ni recuerdos ni horizontes. Y una madre que, en su vejez, tiene que hacer de puente entre orillas rotas por la política, la economía y el exilio.
Este conflicto íntimo es retratado con precisión por Saniee, quien es psicóloga y socióloga, y cuya obra ha sido prohibida en su propio país, ella conoce el alma de Irán y también el de sus mujeres. Su escritura no busca epatar con frases bonitas: conmueve desde lo sencillo, desde lo real. Su mirada no juzga; comprende. Su novela es un grito sutil pero firme contra todas las formas de opresión: la dictadura, la pobreza, el nacionalismo, el racismo, el clasismo de los exiliados ricos frente a los que se quedaron luchando.
Desde una postura comprometida, claramente crítica del régimen teocrático iraní, pero también de las hipocresías del capitalismo occidental, Saniee nos recuerda que las fronteras más dolorosas no están en los mapas, sino en las mesas familiares, en las palabras que no se dicen y en la desconfianza que deja el tiempo sin ternura.
Los que se van y los que se quedan es una novela política sin panfletos, económica sin cifras, feminista sin consignas, y profundamente humana. En tiempos en que muchas naciones —incluida la nuestra— siguen arrastrando heridas por la migración forzada, la polarización o la pobreza, esta historia nos urge a mirar al otro con empatía. No para estar de acuerdo, sino para no dejar de escucharnos.
Porque habla de Irán, sí, pero también habla de nuestras propias familias divididas por la distancia, la ideología o la falta de diálogo. De los padres que no entienden a sus hijos, de los hijos que no conocen el pasado de sus abuelos. Nos muestra que cualquier sociedad puede llegar a romperse si no cultiva el entendimiento y el afecto. Por eso, este libro no solo debería leerse: debería discutirse en casa, en las aulas, en los medios. Porque nos recuerda que sanar no es olvidar, sino aprender a mirar nuestros propios problemas y los de los demás con humanidad.






