La historia de las mujeres en el mundo ha dejado una marca imborrable en nuestro pasado y, ahora, lo hace también en nuestro futuro. Cuando inicié este apartado de “Las mujeres como símbolo de la evolución”, fue inicialmente creado gracias a lo aprendido en las materias que se atrevieron a retar mi razonamiento. Aprendizajes que no se limitaron a ser simplemente eso, al contrario, fueron experiencias que merecían ser reconocidas, alardeadas y profundizadas; respetadas e iluminadas. Me llamó tanto la atención hablar sobre un tema del que, sorprendentemente, se hablaba poco. Un tema que se desvanecía con el tiempo, mientras ellas tomaban de su mano y aceptaban su despedida en la historia. La mujer ha sido más que una imagen a quien sigo en mi proceso de crecimiento, ha sido ese pilar que me recuerda lo fuertes y lo humanas que podemos llegar a ser. Un ejemplo de resiliencia y valentía. El reflejo de lo sensible y a lo que se le llamaría corazón de acero. 

Este artículo en particular no se centra en informarte sobre el papel específico de la mujer en nuestras sociedades. No hay una mujer en especial a la que desee mencionar y contar su historia, y esto es debido a que, a pesar de que anhelo con toda mi alma que sepas sus nombres y que conozcas hasta su más increíble (probablemente dolorosa) batalla, quiero que recuerdes a aquellas que no tienen y no han tenido la oportunidad de estar en el título de un periódico importante, aquellas que no han sido conmemoradas por un país, aquellas que reciben el dolor más detestable y aún así lo convierten en una fortaleza, aquellas que han luchado por salir adelante con o sin compañía, aquellas que alimentan a quienes le dan luz a su vida, aquellas que tratan de aprender de sus errores, aquellas que sienten demasiado, aquellas que buscan todos los días una razón para quedarse.

Debemos agradecer. Artistas, escritoras, activistas y mujeres reconocidas se han convertido en la voz que nos ayuda a ver entre todo el caos a las mujeres que luchan todos los días sin cargar una espada o una armadura bajo su brazo. Las hemos visto plasmadas en historias (ficticias o no), pintadas con un pincel que guarda en sí el recuerdo de alguien a quien olvidaron con intención, e incluso hemos evidenciado su desvanecimiento, uno que ha sido reemplazado por el renacimiento, por el anhelo de saber el porque su huella ha quedado en nosotras, aún si intentaron borrarla.

La vida puede tomar muchos caminos para su propósito, incluso puede llevarnos a enfrentar batallas que no logramos entender del todo. El ser humano pasa por distintas pruebas, las mismas que determinan si, vale la pena o no, luchar por quienes somos. He aquí lo increíble: aún cuando creemos que todo se derrumba ante nosotros, existe muy en el fondo de nuestro sensible y latiente corazón una voz que nos impulsa a levantarnos, a intentar; y es esa única voz la que es capaz de hacernos entender que si valemos la pena. Que si tenemos un lugar en este mundo. Que sí somos importantes. Y que, al fin y al cabo, el propósito que buscamos en nuestras vidas, es finalmente encontrado a través de un camino lleno de dificultades, desalientos y posibilidades. Eso es lo que hace a una mujer humana. Lo que hace a un hombre humano. Lo que convierte al humano en el ser indescriptible jamás conocido. 

«Pero yo no quiero hablar de la muerte,

quiero saber de dónde sacar fuerzas

para vivir.» 

– Alejandra Pizarnik 

«El día que sea posible para la mujer amar con su fuerza y no con su debilidad, no para huir de sí misma sino para encontrarse, no para renunciar sino para afirmarse, ese día el amor se convertirá para ella, como para el hombre, en fuente de vida y no en un peligro mortal.»

–Simone de Beauvoir