En 1998, Disney lanzó una comedia que marcó a toda una generación: Juegos de Gemelas (The Parent Trap), protagonizada por una jovencísima Lindsay Lohan en el papel de dos hermanas idénticas separadas al nacer. La premisa es muy simple: las gemelas se encuentran por casualidad en un campamento de verano, deciden intercambiar lugares y, en medio de engaños, terminan reuniendo a sus padres divorciados: Elizabeth James, una elegante diseñadora de modas en Londres, y Nick Parker, un millonario dueño de un viñedo en California. Hasta ahí todo parece un plan ingenioso y tierno… pero si miramos de cerca, la historia es un desfile de decisiones absurdas, negligencia adulta y situaciones que no resisten ni el más mínimo análisis lógico.
Para empezar, ¿Qué clase de padres separa a dos gemelas recién nacidas y decide que nunca se conozcan? Los dos realmente en la película como lovers son maravillosos, pero como padres son terribles, y ni siquiera se trataba de una mala comunicación: es un acuerdo estúpido, bajo el argumento de: cómo son gemelas pues ¿se parecen no? que uno se quede con una y ya.
Lo más surrealista ocurre después de que Annie y Hallie se conocen en un campamento de verano —sí, dos niñas idénticas, misma edad, mismo rostro, y nadie se da cuenta hasta que ellas chocan en una competencia—. Al principio se odian, pero poco a poco comparan detalles: el mismo cumpleaños, fotos de sus padres y hasta un mechón de pelo cortado para comprobar que tienen la misma textura. Así descubren lo obvio: son gemelas separadas al nacer.
Luego viene lo absurdo: cuando Hallie viaja a California haciéndose pasar por su hermana, el padre, Nick, ni sospecha. En cambio, Chessy, la ama de llaves, lo nota enseguida: de repente la niña pide sándwiches de mantequilla de maní con mermelada, cambia de modales. En días, la sirvienta lo descubre; el papá, que la crió once años, sigue sin enterarse.
El perro, por cierto, ese animal reconoce en segundos a la gemela que nunca había visto. El perro, repito, el perro, resultó más perspicaz que el padre, la novia y medio reparto junto.
Y hablando de la novia, Meredith, ella está tan ocupada planeando su vida como madrastra rica que tampoco nota nada raro. Le da lo mismo que la niña se comporte diferente mientras todo el dinero siga asegurado (y no la culpo).
La película intenta vender todo esto como un juego inocente, cuando en realidad es un guion que pasa por alto lo básico: padres que no reconocen a sus propias hijas, adultos manipulados con facilidad. En conclusión, Juegos de Gemelas no es solo una comedia infantil: es la historia más absurda de negligencia parental que Disney pudo vendernos con música alegre de fondo. Al final, lo que une a los padres no es el amor ni la madurez, sino las trampas de dos niñas mucho más inteligentes que ellos. Y quizá por eso seguimos viéndola con cariño: porque en el fondo, lo ridículo de los adultos es lo que la hace inolvidable.






