La vida a los 18 años no es tan sencilla como muchos imaginan. Hay quienes afirman que, al llegar a esta edad, ya eres una persona adulta. Sin embargo, ser considerado como tal no significa necesariamente saber cómo expresar lo que uno siente. En realidad, cada experiencia es única, y lo que se experimenta en esta etapa depende mucho de cada persona.

Ahora bien, si uno se detiene a pensar en esa pequeña voz interior que dice: “Vas a cumplir 18”, es probable que lo primero que venga a la mente sea esta sensación extraña de seguir sintiéndose como un niño o una niña que apenas comienza a comprender cómo funciona el mundo. A menudo me pregunto si estoy tomando las decisiones correctas, si realmente estoy eligiendo el camino que deseo o simplemente aquel que se espera de mí. ¿Y si me equivoco? ¿Y si no soy suficiente para todo lo que está por venir?

En este contexto, he reflexionado mucho sobre el tiempo. Vivimos en una sociedad apresurada, que constantemente nos presiona a lograr todo cuanto antes, como si fuera obligatorio tener la vida resuelta antes de cumplir los veinte. En medio de esa presión, me viene a la mente una frase de la canción “Quiero vivir” de Morat (2021): “Quiero vivir un poco más, quiero gritar una vez más, y por hacerlo todo siempre a mi manera, sé que me recordarán”.

A medida que uno crece y madura, aquel “grito” del que habla la canción cobra un nuevo significado. Ya no se trata solo de rebelarse, sino de reflexionar: ¿Quién dijo que hay una edad exacta para saber quién eres? Hay momentos en los que todo parece tener sentido, y otros en los que solo deseamos desconectarnos, encerrarnos y dejar que el mundo siga girando sin nosotros.

No obstante, en medio de tantas dudas, a veces encuentro calma en frases sencillas. Una que me ha marcado profundamente dice: “Todo tiene su tiempo”. Esta expresión me ha enseñado que no es necesario correr. Que está bien no tener todas las respuestas ahora. Que el proceso también tiene valor.

Con el tiempo, he comprendido que vivir no es avanzar en línea recta, sino transitar un camino lleno de subidas, bajadas, pausas y vueltas inesperadas. Y es justamente en ese trayecto donde uno cambia, crece y entiende que equivocarse también enseña. Por eso, no quiero vivir con miedo al fracaso. Deseo sentir, llorar, reír, perderme, encontrarme… y volver a empezar las veces que sean necesarias.

Cuando me siento perdida, encuentro consuelo en mirar a mi familia: mi mamá, mi papá. Y me digo: “Si ellos me apoyan, entonces puedo continuar”. Saber que hay personas que caminan a mi lado, incluso cuando no comprenden del todo hacia dónde voy, me fortalece.

Asimismo, valoro profundamente a mis amigos. No a los perfectos, sino a los reales: aquellos que están presentes tanto en los días buenos como en los difíciles. Con ellos he aprendido que no es necesario pensar igual para quererse. A veces, un “te entiendo” o un simple chiste compartido puede salvar el día. Ellos también forman parte de este viaje, y gracias a su compañía, la vida duele menos y se disfruta más.

No sé qué pasará mañana. Pero hoy sigo caminando, con dudas, sí, pero también con la esperanza de que, algún día, esas dudas se transformen en sueños cumplidos. Porque cada paso, por pequeño que parezca, me está llevando hacia ese lugar donde anhelo estar.