El concepto de ego ha acompañado a la humanidad durante siglos, apareciendo en la filosofía, la psicología y la espiritualidad como un elemento central para comprender quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo. Aunque su definición más simple lo entiende como la conciencia del “yo”, su esencia es mucho más compleja. El egoísmo, como expresión de ese “yo”, ha sido un tema discutido en la filosofía y en la vida cotidiana: ¿es un defecto, una virtud o simplemente una condición natural?

Desde pequeños se nos enseña que el egoísmo debe evitarse, como si fuese un vicio del que debemos escapar. Sin embargo, todo ser humano busca su propio bienestar, ya sea en lo más básico —como alimentarse o protegerse— o en lo más complejo, como alcanzar el éxito personal o ser reconocido. Por ello, el egoísmo no es necesariamente negativo; puede entenderse como una fuerza que impulsa nuestras acciones y nos permite sobrevivir y crecer.

En la filosofía de Thomas Hobbes, por ejemplo, el egoísmo aparece como parte de la naturaleza humana. Él sostiene que, si no existieran reglas, cada persona pelearía por su propio beneficio y la vida en sociedad sería caótica. Hobbes propone entonces que necesitamos un acuerdo común y autoridades fuertes que regulen ese impulso egoísta. En contraste, Ayn Rand plantea algo muy distinto: para ella, el egoísmo racional es una virtud porque nos lleva a vivir para nosotros mismos y no en sacrificio constante por los demás. En su visión, actuar en beneficio propio no significa ser caprichoso o irresponsable, sino ordenar la vida según valores que favorezcan nuestro desarrollo. Por último, Max Stirner defiende una versión aún más radical: cada individuo debería vivir solo para sí, sin poner ideales, normas o deberes por encima de su propio yo.

Estas tres posturas muestran que el egoísmo no es un concepto único, sino que depende de cómo lo entendamos y a qué lo apliquemos. Personalmente, pienso que el egoísmo, cuando se vive de forma racional y equilibrada, puede ser un motor positivo: nos ayuda a cuidar de nosotros mismos, a reconocer nuestros límites y a construir metas. El problema surge cuando este egoísmo se convierte en indiferencia hacia los demás o cuando daña la vida en comunidad.

En conclusión, el egoísmo puede adoptar muchos rostros: para Hobbes, es una fuerza que requiere control; para Rand, una virtud que impulsa la creatividad y la libertad; y para Stirner, la afirmación radical del yo. Yo creo que necesitamos un punto medio: ni eliminarlo ni llevarlo al extremo, sino aprender a usarlo para crecer como individuos sin olvidar que vivimos en sociedad.