Los finales no siempre son rápidos o apresurados, a veces se parecen más a un atardecer. No es que la luz desaparezca de la nada, es que poco a poco el cielo cambia de color, como si quisiera dejar un recuerdo antes de apagarse, y ahí entendemos que cerrar un ciclo no es apagar o eliminar lo que hemos vivido, sino darle su debido peso, su huella, su marca, reconocer que lo que nos trajo hasta aquí tiene un valor imposible que no se puede borrar.
Es sencillo sentir esperanza en un día donde todo sale bien, cuando todo parece estar en orden o donde no tenemos preocupaciones, pero no todos los días serán sencillos, habrá mañanas donde el silencio no nos dé ganas de levantarnos, tardes donde pareciera que la monotonía y la rutina se roban la felicidad y noches donde todo parece demasiado pesado o complicado. Y es justo ahí, en los días oscuros, cuando el cielo estaba totalmente nublado, ahí es cuando más necesitaremos aferrarnos a la esperanza (aunque parezca que la esperanza ya no existe.)
Agarrarse a ella no significa decir que las cosas ya no duelen, significa no rendirse ante nuestro dolor, porque la esperanza no es algo exclusivo de los momentos felices, es los que nos sostiene en todos los momentos difíciles. A veces creemos que fracasar es señal de que no valió la pena que perdimos el tiempo, pero la verdad es que incluso cuando fracasamos hay cosas que destacar, hay enseñanzas, hay un recordatorio de que seguimos de pie, y siendo sinceros, ¿Qué mejor forma hay de vivir que intentarlo una y otra vez, aun sabiendo que podemos caer?
Cada risa, cada herida, cada instante compartido, todo lo que nos marcó (sea bueno o malo), se queda con nosotros, no se borra, forma parte de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Por eso, aunque parezca una despedida, en realidad no lo es, porque cada paso que vayamos a dar llevará consigo parte de lo que fuimos, y eso es lo que nos mantiene completos.
La vida no es una calle recta, es una ciudad con muchas vías y caminos, es un cielo lleno de atardeceres que se acaban para dar paso a nuevos amaneceres, y sí, hay melancolía en dejar atrás lo que conocemos, pero también hay belleza en mirar adelante con esperanza. No importa que tan oscuro se ponga el camino, la luz siempre termina regresando, el sol siempre vuelve a salir. Y justo en medio de esos cruces, de ese cielo con tonos de rojo, es donde también se escriben nuestras historias, las que nos marcan y nos acompañan más allá del presente.
Sinceramente espero que podamos llevar una parte de nosotros a cada cosa que hagamos después, para no olvidar quienes somos y quienes debemos ser. Porque en cada paso, en cada decisión, en cada nuevo comienzo, siempre habrá un fragmento de este camino acompañándonos, lo que vivimos aquí no se queda atrás, se transforma en memorias, en nuevas lecciones, en motivación para lo que viene más adelante. Y aunque este sea el final de un capítulo, no es un adiós definitivo, sino la certeza de que seguimos conectados por lo que compartimos, ha sido un viaje lleno de luces y sombras, de caídas y de risas, y me siento agradecido de haberlo recorrido con ustedes. Fue, sinceramente, un honor y un placer seguir este viaje a su lado.






