Hoy los niños crecen rodeados de pantallas, notificaciones y numerosas actividades que los distraen constantemente. Concentrarse parece casi imposible. Hacer una tarea completa sin mirar el teléfono, aprender algo nuevo sin saltar de una cosa a otra… se ha vuelto un desafío. Pero hace más de cien años, María Montessori ya estaba pensando en algo distinto: un lugar donde los niños pudieran elegir qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo, aprendiendo a su ritmo, corrigiendo sus errores y desarrollando autonomía desde pequeños.

En las aulas Montessori, los niños no estaban sentados en filas mirando al maestro. Todo estaba pensado para ellos: muebles a su tamaño, materiales para experimentar con los sentidos y un ambiente limpio, ordenado y lleno de luz. Los niños podían trabajar sin prisas ni interrupciones, repetir las actividades tantas veces como quisieran, y explorar diferentes áreas: desde lavar ropa hasta escribir palabras, desde hacer operaciones matemáticas hasta observar la naturaleza. Cada actividad estaba diseñada para que aprendieran de manera activa, desarrollando concentración, independencia y respeto por el trabajo de los demás.

Lo más curioso es que Montessori no solo se enfocaba en enseñar contenidos. Para ella, el aprendizaje era construir al propio niño, enseñar valores como la paciencia, la responsabilidad y la disciplina, y mostrar que el proceso es más importante que el resultado final. Los niños aprendían a organizarse, a cuidar su entorno y a colaborar con sus compañeros, mientras descubrían su propio potencial.

Y aquí viene lo interesante: esta filosofía no es solo útil para niños. Todos necesitamos aprender a hacer las cosas bien, dedicarles tiempo y concentrarnos, en lugar de querer hacerlo todo a la vez. Hoy vivimos en una cultura de la rapidez y la sobreestimulación, y eso afecta nuestra capacidad de concentración y creatividad. Montessori nos recuerda que el tiempo y la atención son clave para aprender de verdad, y que desarrollarse plenamente no tiene que ver con hacer todo rápido, sino con hacerlo con cuidado y propósito.  ¿De qué sirve hacer todo rápido si no aprendemos de verdad? Si aplicamos un poco de esta filosofía hoy, incluso rodeados de pantallas y prisas, podemos recuperar la paciencia, el gusto por aprender y la satisfacción de terminar algo por nosotros mismos. Montessori no es solo un método para niños: es una lección sobre cómo aprender y vivir mejor, sobre cómo tomarnos el tiempo para hacer las cosas bien y descubrir lo que realmente nos apasiona. Como decía María Montessori, “la educación no es algo que el maestro hace, sino un proceso natural que se desarrolla espontáneamente en el ser humano”. Quizás ha llegado la hora de que, como sociedad, nos preguntemos: ¿estamos realmente aprendiendo o solo corriendo?