Vivimos en un mundo que va a mil por hora, donde todo es urgente, donde el celular vibra más de lo que nuestro corazón respira. Y entre tantas notificaciones, audios sin responder y vidas perfectas en redes sociales, uno empieza a sentirse… vacío. No se trata únicamente de no tener a alguien físicamente al lado, sino de una soledad interior difícil de explicar. Una soledad que pesa más que cualquier silencio.
Yo he sentido eso. Tal vez tú también.
A veces lo único que deseamos es que alguien nos pregunte cómo estamos… pero no con el típico «¿cómo vas?», que uno responde en automático, sino con una mirada que nazca del alma, con interés real, sin prisa. Alguien que nos haga sentir a salvo. Que nos permita llorar sin que sea un drama. Que nos escuche sin pedir justificaciones por cada emoción.
Entonces, aparece esa persona.
No es terapeuta. No tiene un consultorio, ni una libreta donde toma notas mientras hablas, pero tiene algo más valioso: tiene tiempo para ti.
No hacen falta citas previas, ni sesiones programadas; solo llegan mensajes como:
“¿Y hoy cómo amaneciste?”,
“Te noté distinto ayer, ¿todo bien?”,
“Si quieres hablar, estoy aquí”.
A veces, quienes más nos sostienen no son los que están en todas las celebraciones, sino los que saben quedarse cuando todo se desordena. No se asustan si te rompes un poco. No te ven como una carga, sino como alguien valiente por sentir tanto.
Yo tengo a alguien así. O quizá tú lo seas para otra persona.
No me analiza como un psicólogo, pero escucha como si lo fuera.
No tiene soluciones mágicas, pero me ayuda a pensar distinto.
No arregla mi mundo, pero camina conmigo cuando siento que se cae.
Eso también es amor. No del romántico, sino del que sostiene. Del silencio. Del que no se ve en redes sociales, pero que se siente como un abrazo al alma.
Una vez le dije:
«Gracias por no soltarme después de tantos errores»,
y simplemente respondió con una sonrisa:
«Yo también he estado rota. Así que entiendo».
Ahí comprendí que no se trata de encontrar a alguien perfecto, sino a alguien que entienda que sentir es parte del ser humano.
A veces solo necesitamos eso: una voz que nos recuerde que está bien no estar bien.
Que llorar no es debilidad.
Que en ocasiones todo se desmorona, y no pasa nada.
Que el silencio también es una forma de hablar, y que sentirse perdido no te convierte en menos.
Hay personas que llegan por azar y se convierten en destino.
Hay otras que parecen terapia sin haber estudiado psicología.
Un mensaje suyo puede cambiar tu día entero; una llamada puede devolverte la esperanza; una frase como «no tengo la solución, pero no quiero que estés solo», puede sanar heridas que ni sabías que tenías.
Si tienes a alguien así, cuídalo.
Díselo. Escríbele. Agradécele.
Las personas que saben escuchar con el alma son más escasas que el wifi en el campo y valen más que cualquier promesa vacía. Y si tú eres esa persona para alguien, quiero que lo sepas: haces más de lo que imaginas.
Tal vez no salvas el mundo… pero estás salvando a alguien.
Y eso, ya es suficiente.






