Enamorarse… es como lanzarte a una piscina sin saber si hay agua. Al principio, solo es una vibra. Una risa que se te escapa sin querer, un mensaje que se siente más bonito de lo normal, una conversación tonta que se te queda pegada en la cabeza. Todo empieza despacito… hasta que ya estás dentro. Y ya no hay vuelta atrás.
Uno se enamora un día cualquiera. Sin aviso. Sin canción de fondo ni arcoíris cinematográfico. Es como estar en el parque, con audífonos puestos, escuchando Morat (sí, Morat es clave en esta historia), o simplemente escuchando tu música favorita, cuando de pronto llega un mensaje por Instagram o WhatsApp y pasa lo que pasa.
Te escribe y piensas: ¿Quién es?
Pero responde… y ese es el primer paso de una historia que va a cambiar.
De un chat casual pasaron a hablar todos los días. A contar cosas profundas sin miedo, a mandarse memes a las 2:00 a.m., a salir sin rumbo solo para caminar juntos. Las risas eran sinceras, las miradas largas, y los silencios… cómodos, como si ya se conocieran de antes.
Tú mismo sabes que esa persona fue como caminar bajo la lluvia sin preocuparse por mojarse. Porque cuando estás con alguien que te hace sentir en paz, ya no importa si llueve. Ni si el mundo gira muy rápido.
El amor, a veces, se vuelve eso: un refugio silencioso, un rincón cálido en medio del ruido. Como escribió Antoine de Saint-Exupéry: «Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección.» Y cuando lo encuentras, entiendes que no se trata de perfección, sino de presencia.
A veces el amor no es drama ni mariposas constantes. A veces es calma. Es saber que puedes ser tú, con todo lo bueno y todo lo roto.
Y sí… también llegó el final.
No porque se hicieran daño. Ni porque se dejaron de querer. A veces el amor no muere, solo se transforma en algo que no sabe quedarse.
Los caminos empezaron a separarse, y duele. Duele mucho. Porque duele soltar algo que aún te hace sonreír. Pero también hay que ser valiente para entender que hay historias que no fueron escritas para durar, sino para enseñar.
Una tarde, después de su última llamada, te tiras a la cama y la frase que revela tu mente es:
“Y aunque el futuro cambie los papeles, no borra lo vivido, lo que fuimos, lo que hicimos.”
(Morat, 2022, pista 7)
Lloras. No de rabia. No de tristeza vacía.
Lloras porque entendemos que el amor, aunque se acabe, sigue siendo amor.
Porque cuando algo te cambia de verdad, ya no importa si duró mucho o poco.
Lo importante es que fue real.
Él o ella te dejó recuerdos, sí. Pero también te dejó algo más grande:
La certeza de que eres capaz de amar. De abrirse. De sentir bonito.
Y sobre todo, de sanar.
Hoy no están juntos. Pero su nombre ya no duele. Solo existe, como un suspiro bonito en tu historia.
Porque no se trata de olvidar… sino de aprender a recordar sin llorar.
Y si tú estás leyendo esto con el corazón medio roto o con ganas de volver a sentir algo…
Quiero decirte algo que ella también necesitó escuchar:
No te sientas mal por haber amado.
No fue un error.
Fue vida.
Era un pedazo de cielo.
Fue una versión tuya que se atrevió a sentir.
Y eso… eso nunca es en vano.
Él o ella te mostró un lugar del mundo que tú no conocías.
Y aunque ya no están, lo que viviste fue un regalo.
Porque si alguna vez sentiste el corazón latir tan fuerte que te dio miedo… entonces viviste. De verdad.
“A veces el amor no es para quedarse. Es para enseñarte a volar.”
(Morat, 2022, pista 3)Así que sigue volando. Porque lo que viene, también puede ser hermoso.
Y porque tú también mereces un amor que se quede.






