La pared no le era alta, unos pies de alto—pensaba—bastarían para tocar el cuadro vástago que con mezquindad allí colgaba, sus trazos tan confusos como su ejecutor de ojos marrones, Parecido al pigmento que pintaba la pared. Alzó sus dedos, rozando la rugosa textura que se encontraba frente a él, sus relieves grumosos de material seco y las huecas puntas de su aplicación que se hundían en su piel, dejando en él una sencilla incomodidad graciosa, al llegar a la esquina del cuadro sus manos bajaron tanto como su rostro, contemplando las manchas grises que se adherían a sus guantes. No le era cómodo usarlos, sin embargo su deber se lo requería como dignatario de su puesto, enfrascado en trajes de satén que parecían restringir más que intimidar. Dio algunos pasos más, causando un ruido chirriante al suelo que se desplegaba en ecos por el roce de sus suelas, contra el piso lustrado. En su caminar, encontró el retrato finamente pintado del dueño del hogar, de pintura fresca y sin signo de grieta, con la luminosidad que solo lo flamante puede poseer. Observo los ojos marrones de oscuro lustre, la sonrisa pasiva que adornaba sus labios y la expresión latente de quien confunde sin reserva. 

—¿Busca usted fantasmas, capitán?—Un sonido puntual de  tacones se hizo presente en el salón, seguido por la arisca voz de una mujer, que se acercaba con el barullo de un tambor, estridente y seco, sin pizca de suavidad. Conocía a la mujer de métodos tercos, e inclinaciones obstinadas, que parecía no solo buscar la firme molestia para sí, sino también en quienes tuvieron el infortunio de encontrarla, similar a la etiqueta del saco que escocia en su cuello, su agrado por ella se apoyaba en la más baja tolerancia. Soltó un gruñido de sus labios  sintiendo la incomodidad pellizcar en su piel y el eco de sus tacones rebobinar en  sus oídos. 

—¿A qué se debe su presencia en este lugar, baronesa?, ¿si puedo preguntar?—Apartó su mirada del cuadro que contemplaba sin medir la aspereza de su tono, para dirigir su mirada hacia la baronesa, que en el centro del recinto, cruzaba sus brazos con fuerza medida, mientras le miraba con labios semi curvos y cejas fruncidas en aparente frialdad. Tocó entonces  nuevamente los grumos de la pared, conociendo la implicación detrás de su cortesía, que pretendían confundir sus palabras y volver difusa la claridad de sus pensamientos, que le construían a él. 

—¿A qué más podría ser, capitán?, a buscar las pistas de aquel que tanto pretende ignorar—Con rudeza le contestó la baronesa mientras se ubicaba  a su lado con notable hastío, sus labios pálidos en fina línea similar a su postura, firme como una muralla. Las puntas finas de sus zapatos golpeaban las baldosas lisas de forma impetuosa,  incómoda y un tanto desesperada, capaz de hacer mover su cuerpo en estremecimientos, que encandilaban su temperamento. Esta a su vez,  plantada en su puesto seguía erguida con su desvergonzada ignorancia, con pretensión de minimizar su visible malestar.   

—Cuide su tono baronesa, su posición no la vuelve impune a la autoridad—Ante tal declaración pretenciosa, no evitó señalar con dureza los poderes que su cargo le concedía y de los cuales podía disponer en el momento en que lo creyera necesario, sin embargo aun con conocimiento del hecho, la mujer se mostraba en completa indiferencia, con su bruno cabello corto y su expresión altiva . La mujer era tan impertinente desde el momento en que le conoció, con sus palabras mordaces y  carácter  desdeñable, que parecía no encontrar más disfrute que su continua irritación tanto en palabra como en acción, sin importar la ocasión.  

—No sea hipócrita capitán, usted bien sabe que el teniente tiene cabida en nuestro actuar— Manifestó la mujer, con las gotas de la ironía y la burla impregnado cada hilo de su voz, para entonces dirigirle una mirada ilegible que rápidamente  terminó  posando sobre el cuadro mediano que se encontraba en la pared, sus ojos contemplándolo con devoción absurda, de quien maldice al dios en quien procura no creer. A su vez, sin conciencia dirigió su mirada  en dirección al cuadro, todavía fresco, sin muestra alguna de haber secado los colores aceitosos que le adornaban, el color blanquecino del uniforme que portaba, el negro que pintaba su cabello y sus ojos velados. lentamente su mano se dirigió al cuadro, tocándolo de manera que sus guantes fueron manchados.  

—Su posición lo requiere, entonces por ende tendrá cabida baronesa, ¿no es usted tan inteligente como para conocerlo así?— Cuestionó a la baronesa, recordando las obligaciones de sus puestos y su deber para con ellos, presentando toda razón válida con la cual el hombre al que daba referencia se tratase, la mujer ante su respuesta, no pareció inmutarse, rodando sus ojos con un descaro papable y un suspiro de sonoridad incalculable, perturbando su ya intolerable incomodidad, que picaba sus extremidades en constante irritabilidad, sin posibilidad de descanso. Sus manos se cerraron con sutil dureza, mientras que su expresión se tornaba airada, dirigida hacia la mujer que continuaba jugando con su visible molestia.  

—Soy lo suficientemente conocedora  como para saber que usted no lo considera así, no sea obstinado, señor—Protestó la baronesa con su voz gélida, en compañía de sus cejas finas que se inclinaban y el ceño que se formaba en su frente plana. Ante sus palabras un sórdido silencio cayó entre ellos, dejando de conversar el sonido del viento y su golpe contra los cuadros en las paredes de la habitación, visiblemente opacas ante la opaca luz del día. A su tiempo, entonces nuevamente el sonido seco de sus tacones se hizo presente, esta vez de manera esporádica y desigual como su portadora, que continuaba su inspección entre su persona y el cuadro que les acechaba en la pared, soltando breves murmullos de expresiones vulgares que sacudían su control. 

—Usted no es sincera—Pronunció a la mujer, que aun a su lado se encontraba, sin visible ruptura en su altivo porte, que decoraba las mangas ajustadas de su vestido rígido de botones dorados. Tocó entonces nuevamente la pintura, sintiendo la humedad que traspasaba a sus guantes, dejando su piel en suave frialdad y una breve oleosidad, tan resbaladiza como pegajosa, impregnando su cuerpo en completo tedio.  

—Nunca he pretendido serlo capitán—Vociferó la mujer, sin emoción alguna en sus palabras, con su mirada enfocada inquisitivamente  en la silueta pintada el cuadro, en el inclinado cuadro que  delineaba cada suave rasgo a la percepción perfecta, sin rastro equivocó en su visión. Alzó su mano con extremo cuidado  a baja altitud sujetando al aire con irritación, sintiendo su cuerpo aprisionado en palabras de papel,  una mujer que osaba conversar y un cuadro que provocaba austeridad.