El mapa desigual de la guerra mediática

En el mundo actual, los conflictos armados parecen formar parte de nuestro día a día. Basta con encender la televisión o abrir un periódico para encontrar imágenes de destrucción, cifras de muertos y declaraciones de líderes internacionales. Sin embargo, no todas las guerras reciben la misma atención. Mientras algunas ocupan titulares constantes y despiertan debates en todo el mundo, otras pasan casi desapercibidas, como si no existieran.

Esta diferencia no es casual. Los medios de comunicación seleccionan qué conflictos mostrar y cómo hacerlo, muchas veces siguiendo intereses políticos y económicos. Como señala Ignacio Ramonet (2001) en La tiranía de la comunicación, la agenda mediática se orienta hacia los acontecimientos que resultan estratégicos para las potencias: guerras en regiones con petróleo, rutas comerciales o relevancia geopolítica aparecen durante semanas en portadas internacionales. En contraste, las guerras que asolan países empobrecidos o periféricos, pese a dejar miles de muertos, quedan relegadas a breves notas informativas.

El problema es que esta selección condiciona la empatía social. La opinión pública se conmueve y moviliza cuando la exposición mediática de un bombardeo es constante, pero permanece indiferente ante pueblos que sufren en silencio. Este fenómeno contribuye a la percepción de que algunos conflictos son más significativos que otros, cuando en realidad cada vida perdida debería tener el mismo valor moral.

La desigualdad informativa repercute además en el ámbito político. Si una guerra no se muestra, no genera presión internacional ni se movilizan organismos multilaterales. Un ejemplo claro lo ofrece la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999, precedida de una intensa cobertura mediática en Europa y Estados Unidos, mientras que conflictos paralelos en África, como la guerra civil en Sierra Leona, apenas recibieron atención internacional (Chomsky, 2003). Los medios, en consecuencia, no solo transmiten hechos: configuran lo que las sociedades perciben como urgente o desechable. La guerra constituye siempre una tragedia, sin importar el lugar en que se desarrolle. Otorgar protagonismo a unas y silenciar otras no solo resulta injusto, sino también peligroso, al fomentar una visión parcial del mundo. Como advierte Susan Sontag en Ante el dolor de los demás (2003), el deber del periodismo es recordar que, detrás de cada conflicto, hay seres humanos que padecen, aunque sus rostros no aparezcan en nuestras pantallas