Las decisiones incorrectas en el caminar de la vida pesaban más que las consideradas correctas. Al decidir su camino con juguetes de madera y el peso de una pérdida, creyó entenderlo mejor; no obstante, siendo el receptor de varios golpes unos minutos atrás en el suelo de una taberna, comenzó a vacilar sobre su propio entendimiento en aquel tiempo. Sin embargo, al conocer el carácter colérico de la persona que perpetró su golpiza, reconsideró la posición con la cual actuó para ese desenlace. Tal vez siendo necesario para la propia seguridad de quienes consideraba bajo su cargo. Bajo su mirada, notando la botella de vidrio que aún sostenía en su mano, está con un poco de brebaje moviéndose en ella, muestra de su visita a la taberna y tal vez de la embriaguez que corría por su cuerpo; o la debilidad tras unos golpes bien dados.  Dio un suspiro, soltando de su boca una risa tosca, tambaleándose por un camino empedrado, apoyado sobre el hombre que le había golpeado; esté, visiblemente alterado, con un ceño en su rostro sucio de carbón y un agarre lo suficientemente fuerte con el que punzaba sus heridas. 

—¿Se siente un poco culpable, extranjero? —le preguntó deliberadamente al hombre que le llevaba, con sus manos en su torso magullado y su brazo ligeramente fisurado, observando las farolas que comenzaban a iluminar la calle amplia. No supuso que la noche concluyera de aquella manera en la taberna, aun si en parte su propósito allí consta principalmente de incordiar la velada de las personas allí presentes. Aun así, durante su actuación, el extranjero se le acercó inesperadamente en la taberna, clamando por ayuda para su villa y un poco más que no considero recordar. Sus ojos negros desbordaban tristeza, que acunaban la plena locura, que lo llevarían a herirlo ante el rechazo e injuria que despotrico contra su villa. 

—Más de lo que usted debería, no —le respondió el extranjero, de manera tosca y un tanto fría, mientras mantenía su vista por el camino, provocando el susto de algunos lastimeros plebeyos que pasaban por allí. Ante sus palabras, una sonrisa irónica se plasmó en sus labios, guardando con saña, el recuerdo del coraje que ardía en las pupilas negras del hombre, consumiendo las mínimas muestras de empatía con su llama. No obstante, su tono, se asemejó a la decencia de un buen hombre, de porte intachable colgado del cuello. 

—Si sus palabras fueran ciertas, no me estaría llevando al condado. —Señaló al hombre, retorciendo la fina cuerda de su paciencia; Hasta el momento, tan firme como las varas puestas en los pozos; Esta paciencia, poseía curioso carácter, pasando de la euforia violenta en una contienda hasta la suave conciencia que detenía golpes y recogía al enemigo como si de su prójimo se tratara. En su caso, esta se reveló en el marco de la puerta por la cual el extranjero salió de la taberna, con él a cuestas. 

—Se da usted mucha importancia; solo hago lo que debo hacer —le respondió el extranjero con su característica rudeza, buscando el fin de sus palabras o la vergüenza de sus apariencias. Pronto, este le miró, deteniéndose a mitad de camino, sacudiendo su cuerpo flácido en un agudo dolor, haciéndole soltar un quejido de dolor al aire, por lo que pareció ser la espera de su dirección. Hastiado y débil, levantó la botella en su mano hacia una de las calles del centro de la ciudad, haciendo que este, con un leve asentimiento, continuará su camino, arrastrándolo a su paso sobre los charcos que mojaban sus botas, a su vez que el líquido carmesí en su frente goteaba en su ropa. Soltando murmullos al aire, continuó dando pasos tan endebles como una carta de naipes. 

—¿Aún no se arrepiente de lo que pronunció? —Rompiendo el silencio que les sobrevino, el hombre que le cargaba le cuestionó, observando de reojo con un filo semejante a la espada que cargaba en su cadera. Buscando rastros de arrepentimiento en él, aun si doliente entre las tablas de la taberna, demostró su preferencia a silenciar su culpa y remendar su orgullo, antes que disculpar su acción. Pareció querer indagar en su alma, aun si solo encontrara quimeras cosidas en ella, avinagrando la herida que ya supuraba en él. 

—¿Por qué debería? No he dicho más que la verdad —Le contestó con ironía, y un tanto de burla, ante el sentimiento viscoso que habitaba en su garganta. Pronto oyó un bajo gruñido cerca de su oreja, junto a la presión que poco a poco las manos enguantadas del hombre ejercían sobre su costado y muñeca, aumentando el dolor que su cuerpo ya poseía. Siseo, inclinándose como reflejo ante su dolor, notando distraídamente el rojo vivo que teñía su pulcro traje.  

—Entonces, ¿por qué no trató de defenderse contra mí? —preguntó con tono arisco, pretencioso en sus palabras, con su mirada perfectamente enfocada en el camino que seguían. Sus pasos disminuyeron en velocidad, al contemplar las altas murallas que protegían su hogar, con las farolas ancladas en ellas, brindando un suave fulgor. Su hogar les esperaba a poca distancia con la premisa de un desenlace ajeno y un compañero de marfil. 

—¿Qué podría defender en una batalla perdida? —Sé pelear mis batallas —contestó al hombre, que observaba con minuciosidad y asombro en sus ojos la muralla que frente a ellos se encontraba. Contempló sus puertas de madera con manijas doradas, pulcras y sin rasguño alguno, con dos hombres que a sus lados la custodiaban con lanzas en sus manos y espadas en su vaina. Al verlos, sus ojos recorrieron sus apariencias, tanto la suya desordenada como la andrajosa y austera del extranjero que le llevaba. 

—¡Dejen pasar al estimado señor! ¡Tuvo la amabilidad de traerme hasta mi hogar! ¡Abran las puertas! —Sopesando una sonrisa se dio el permiso de dar aviso a su presencia, levantando su botella y torciendo sus pasos tanto como un ebrio lo haría, asegurando la confianza de los guardianes hacia el hombre que le acompañaba, y la pintoresca historia que sugería su presencia. En poco tiempo, la puerta fue abierta de par en par, presentando el sinuoso camino de su vida en lujo. 

—No hago esto por ti. —Considéralo una muestra de misericordia de mi parte —le aseguró, dejando en claro su intención, mientras comenzaba a caminar por el arco que aseguraba su hogar, las piedras incrustadas en su oscura superficie que dejaban un rastro de humedad en forma de gotas.  El hombre a su vez le siguió, sosteniéndolo aún; sin embargo, una expresión incrédula se dibujaba en su rostro, sin comprender sus acciones o la frivolidad ante su aparente “misericordia”. 

—Mientes —no dudo en vociferar, deteniéndose por un momento, con sus ojos abundantes de recelo, mirándolo como si fuera el reflejo de quien convirtió su villa en cenizas. Tras algunos segundos de mantener su mirada se dispuso a continuar con el camino, que en breve mostró el pulcro blanco que poseían las paredes de su hogar, junto a las negras fuentes que se erguían a su entrada. Estando frente a las puertas de su hogar, Vacilante, el extranjero dio ligeros golpes a la puerta. 

—Siempre miento, debería retirarse antes de que me arrepienta. —Le advirtió, llevándose la manga a sus labios, que aún sangraba como las fuentes de agua en la entrada. El extranjero se dirigió hacia él, con una expresión de incredulidad que delataba su profundo desconcierto, y la intención querer preguntar; sin embargo, esta quedó relegada al olvido ante la apertura de las puertas de su hogar, dejando ver una muchedumbre reunida sobre el corredor de esta misma. Dándole una última mirada, soltó el agarre del extranjero sobre sus hombros, entrando al hogar de prístinos suelos, enterrando su encuentro en el más hondo de sus pensamientos.