¿Puede el amor sobrevivir a la distancia cuando no puedes tocar su mano, pero aun así sientes que está ahí, tan cerca que la puedes percibir?

Hay amores que se construyen con abrazos. Otros, con miradas rápidas. Pero existe uno distinto: el que se sostiene desde lejos. No es el que se ve a diario, sino el que sobrevive entre videollamadas que se caen, mensajes que tardan en llegar y una espera que, a veces, parece no tener fin.

La distancia no solo se mide en kilómetros. También se mide en los días que no se viven juntos, en los domingos sin risa, en los cafés tomados a solas. Se mide en los momentos importantes donde faltó el abrazo, en las risas que no se comparten, en las noches en que hace falta una mano y solo hay una voz (que, encima, se entrecorta por la mala señal).

A veces lo más difícil no es la lejanía física, sino el silencio. Esos vacíos que se sienten cuando uno quiere hablar y el otro está ocupado o dormido. Están los celos que surgen de la nada, la soledad que parece venir para quedarse, el miedo a que el otro se canse o, peor aún, que te olvide. Porque cuando el corazón anhela cercanía y no la tiene, duele (y bastante).

Y, aun así… hay algo valioso en amar desde la distancia. Algo que cambia la forma en la que nos sentimos. Cuando no se puede abrazar, se aprende a sostener con palabras. Cuando no se puede estar presente, se responde rapido para aprovechar el tiempo. Y cuando no se puede ver, se confía. La distancia obliga a hablar más claro, a valorar incluso los más pequeños detalles, a encontrar nuevas formas de cuidar. Si el amor es sincero, entonces las ganas de encontrarse (o reencontrarse) no se apagan: se convierten en el combustible para esa relación. Hacer planes juntos, hablar del futuro, tener proyectos en común… todo eso ayuda a construir un lazo más fuerte, incluso a la distancia.

Y es cierto: no todas las historias superan la separación. Algunas relaciones se desgastan. Otras simplemente encuentran su final en medio del camino. No por falta de amor, sino porque hay factores que van más allá de lo emocional, cosas que, lastimosamente, se escapan de nuestro control. La vida, el tiempo, las oportunidades o los cambios, a veces, separan lo que parecía inseparable. Y aunque eso duele, también es una forma de enseñar.

Hay que ser honestos: amar de lejos no es para todos. Requiere madurez emocional, compromiso constante y, sobre todo, un propósito. No se trata solo de resistir la ausencia del otro, sino de encontrar sentido a esa espera. Y si ese sentido desaparece, hay que tener el valor de aceptar que el amor también se transforma.

Porque hay personas que no se quedan contigo, pero te dejan lecciones que duran para siempre. Y sí, hay despedidas que también son historias de amor.

Al final, quizás 1000 km no sean una barrera, sino el escenario donde dos corazones aprendieron a amarse sin tocarse. Y eso, en este mundo, también es amor.

Y sí, son 1000 km…
Pero 1000 km contigo. «El amor es la distancia más corta entre dos almas.”
— Khalil Gibran